En momentos en que la política de selecciones nacionales de fútbol de Uruguay se aproxima a la contratación de su nuevo conductor, resulta oportuno rescatar a un primer plano un conjunto de recomendaciones desde la psicología de la actividad física y el deporte:
1. Criterio y perfil.
El criterio y el perfil del entrenador pretendido deben escribirse y mantenerse a la vista, como así también las razones para la elección del técnico finalmente seleccionado; es decir, si elegimos a alguien, debemos recordar durante el desarrollo de su gestión las razones por las cuales apostamos a su persona, con la finalidad de evitar que dos o más rendimientos decepcionantes borren y anulen nuestra memoria operativa y accionar directriz. Emerge en este primer aspecto la “personalidad funcional del entrenador” como dimensión clave al momento de formar y elegir técnicos deportivos de alto nivel: Cómo se relaciona el técnico, cómo interactúa y retroalimenta con los diferentes grupos de interés, cómo y cuánto consulta, elabora conocimiento de forma interdisciplinaria, escucha, se muestra accesible, motiva e integra, a todo lo alto, bajo y amplio de su ecosistema deportivo, incluyendo todos los diferentes públicos objeto de su influencia.
2. Estilo de liderazgo.
Venimos de un liderazgo autocrático que construyó mucho, logró mucho, pero que también en cierto punto de su trayectoria descuidó notoriamente sus relaciones públicas con el periodismo, y de su mano, con la afición, la cual, en definitiva, financia y llena de gloria y reconocimiento a los procesos exitosos. Indudablemente que deberíamos aprovechar la brecha de la presente transición para evolucionar hacia un estilo de liderazgo, que, hacia dentro del equipo técnico interdisciplinario, habilite procesos de confianza, comunicación y generación de conocimiento con base en pensamiento crítico; a estos rasgos la literatura especializada los denomina erróneamente “habilidades blandas”, cuando en realidad consisten en competencias psicosociales sumamente “duras” o sofisticadas. La visión “mesiánica” de liderazgo que predomina en el fútbol latinoamericano, quizás con un énfasis particular en Uruguay, debe cuestionarse.No es “un” individuo “el que nos salva”, jamás, en ningún orden deportivo, educativo, artístico, emprendedor, empresarial o macro-económico, sino, que, en todo caso, es la captación del talento individual, apropiadamente inducido e integrado a un lenguaje colectivo y a una identidad institucional de juego, un terreno que permite instalar cambios cualitativos perdurables y transformadores. Hablamos en el presente punto de generar nueva “cultura” deportiva.3.
3. El soberano.
El soberano es la federación, la asociación, o el club. El soberano no es el entrenador. Tampoco cuando el técnico tiene éxito. La asociación o el club le “marcan la cancha” al entrenador de turno, en materia de principios, valores y hábitos pero, también, en materia de “identidad institucional de juego.” La federación o institución definen la filosofía de juego dominante en la cancha, estableciendo principios como movilidad, agrupamientos, desmarques, finalización (Palatnik, N.; 2021: 130-132), prolijidad y juego asociado, lineamientos que le presenta a cada técnico de su estructura para que dicha figura los interprete en su personalidad y los integre la estética global y definitoria de cada asociación o club.Pero la federación o institución definitivamente no entregan su constitución, estatutos, pabellón, tesoreria y llaves de sus instalaciones a la figura del entrenador, por naturaleza transitoria, muchas veces fugaz, despojándose de su responsabilidad y poder y entregándolos en manos ajenas. Esto está mal y conspira frontal y brutalmente contra la instalación de procesos de enseñanza-aprendizaje y producción de rendimiento de calidad. El órgano rector antecede y pos-cede a los individuos, es decir, a técnicos, jugadores, dirigentes, colaboradores y aficionados. En Uruguay aún no hemos entendido este concepto, por lo cual, mayoritariamente, continuamos sumergidos en un modelo de entrenador de “dos partidos y afuera” cuando los resultados no acompañan, proyectando o devolviendo la responsabilidad del “fracaso” sobre la figura del técnico, cuando, en realidad, es sistémica u organizacional, por omisión de criterios propios. “El resultado”, como tal, es lo penúltimo que deberíamos mirar cuando genuinamente aspiramos a invertir en generar identidad y nueva cultura deportiva como vehículos para evolucionar.
4. Evaluación.
“El jugador también juega”; no solamente el entrenador. Comenzando por la figura del técnico, federaciones, asociaciones y clubes, al momento de contratar entrenadores, deben pautar instancias de análisis de rendimientos y de gestión “calendarizadas” dentro del macro-ciclo anual de actividad, con representantes institucionales, dentro de las cuales habilitar procesos de diálogo, comunicación, reflexión, multiplicación de percepciones y perspectivas del técnico con los actores institucionalmente designados. También el organigrama de cuadros técnicos y el personal de servicios debe resultar evaluado regularmente; todos estamos bajo evaluación continua; todos jugamos un rol que puede resultar relevante y reflejarse en la cancha. Finalmente, la federación, asociación o club deben también comprometer al jugador y al plantel a un uso óptimo de las capacidades instaladas, servicios o departamentos profesionales dentro de cada entidad, con la finalidad de que atletas individuales y planteles reciban retroalimentación oportuna respecto de sus actitudes dominantes, procesos de enseñanza-aprendizaje, producción y rendimiento deportivos.